Diversos modelos psicológicos coinciden en que los períodos de inestabilidad laboral incrementan la demanda cognitiva y emocional.

Lazarus y Folkman (1984) describieron que la incertidumbre activa procesos de evaluación constantes, lo que eleva la carga mental y la percepción de amenaza. Desde la teoría sociocognitiva, Bandura (1997) mostró que los contextos impredecibles pueden deteriorar la autoeficacia, afectando la percepción de capacidad para resolver demandas laborales. Finalmente, Minuchin (1974) planteó que los cambios dentro del sistema familiar pueden amplificar el estrés, generando un impacto conjunto entre hogar y trabajo.

En conjunto, estos aportes sugieren que el malestar no es indicio de falla personal, sino un proceso adaptativo frente a entornos cambiantes y altamente demandantes.

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